sábado, 10 de abril de 2010

Un homenaje personal.

IMPACTO MUTUO DE JAPÓN Y LAS DEMAS CIVILIZACIONES

Puede afirmarse, sin errar demasiado, que en el mundo actual existen 5 grandes civilizaciones: Occidente, China, India, Japón, y el mundo islámico.

Primera oleada cultural

Japón recibió al comienzo de su historia el impacto de las otras dos culturas orientales: la India por su aceptación del budismo y la China por su adopción de la escritura, la ética social confuciana, cientos de artesanías y hasta la versión típica china del budismo.

El siglo ibérico

Japón comenzó a conocer Occidente con la arribada de los portugueses en 1543 y de los españoles cuarenta años más tarde. Las relaciones se mantuvieron hasta 1643. Los ibéricos introdujeron en el país innumerables avances culturales: productos agrícolas, conocimientos teóricos de astronomía, geografía y matemáticas, bellas artes (en especial, pintura y música), productos químicos y físicos (el jabón, el espejo, el aguardiente, el vino, las lentes y telescopios), técnicas metalúrgicas y navieras etc. En mi obra "El siglo ibérico de Japón" doy una relación detallada. Por otra parte, los misioneros ibéricos llegaron a convertir a más de 750.000 japoneses, pero la persecución general iniciada en 1616 y mantenida durante 250 años casi erradicó del todo la cristiandad japonesa y cercenó su posible influjo en la sociedad.

En estos primeros encuentros de civilizaciones Japón aportó muy poco, pero no porque careciera de valores inexistentes en China y Occidente, sino porque estas dos civilizaciones, superiores en conjunto, no se dignaron examinar lo que podían aprender.

La restauración de Meiji

El siguiente encuentro de civilizaciones tuvo lugar a partir de 1852, cuando las naves americanas forzaron la apertura de Japón, enclaustrado desde 1641. En treinta años gloriosos (1868-98) Japón aprendió todo lo que Occidente había avanzado en cerca de tres siglos. Miles de profesores ingleses, americanos, alemanes y franceses enseñaron en su propia lengua a los universitarios del Japón y los alumnos más aventajados fueron enviados a los países avanzados de Europa y América a perfeccionar sus estudios. Por decisión imperial el país entero se puso a abandonar los errores y deficiencias del pasado y a aprender de Occidente no sólo ciencia y ténica, sino todo, absolutamente todo. Daré una lista lo más completa posible, pero sin entrar en detalles.

. Ciencias y técnicas.
. Teoría económica.
. Una moneda nacional. Japón no la tenía.
. Abolición del feudalismo, que había durado 789 años, y de los señoríos.
. Abolición de las 4 clases sociales: samurai, labrador, artesano y comerciante.
. Apertura comercial a todo el mundo.
. Códigos legales escritos. Japón carecía de leyes escritas.
. Introducción de partidos y sindicatos.
. Educación de todo el pueblo, incluso de las niñas.
. Formación de un idioma único.
. Secularización y un estado no confesional. El shinto fue reducido a un ceremonial
patriótico.
. Comienzo de nuevos sectores productivos: industria pesada y ligera, ganadería,
pesca de altura, exportación...
. Adopción del calendario gregoriano, el sistema métrico y la semana (con un día
de descanso).
. Implantación de la meritocracia, según el historial académico.
. Impacto de las artes occidentales, sobre todo música, pintura, arquitectura y
literatura.
. Práctica masiva del deporte. Junto con la mejora de la dieta y de los avances
médicos, la estatura media creció, subió la esperanza de vida (siendo Japón
al presente el país más longevo del mundo) y se disparó la población, que
desde 1600 estaba estancada en 30 millones, hasta alcanzar actualmente los
125 millones.
. La urbanización invirtió el hábitat de la población. Hasta 1868 el 80% vivía en el
campo. Actualmente el 80% vive en ciudades de más de 50.000.
. Cambió el vestido y, en gran parte, también la vivienda.
. La prensa tuvo un gran impacto sobre la población.

Todos estos cambios mencionados tuvieron lugar antes de terminar el siglo XIX. La decisión de abandonar las formas tradicionales y copiar de occidente era tan exacerbada, que Fukuzawa Yukichi, uno de los principales defensores de esta política, tuvo que elaborar una lista de los valores tradicionales japoneses que no tenían por qué desaparecer. Se salvaron así el judo, la forja de katanas, el noh, el kabuki, el ikebana, el bunraku etc etc.

Pero hubo también otro tipo de excelencias culturales que no cambiaron, sin necesidad de recomendaciones de ninguna clase, respondiendo a un slogan de la época: "Inteligencia occidental y espíritu japonés". Sobrevivió así el Japón entero:
(1) el sentido de disciplina, (2) el amor a la naturaleza, (3) la sensibilidad estética, (4) la cortesía, (5) el espíritu de trabajo, frugalidad y ahorro, (6) la cohesión y el compromiso, (7) el pragmatismo, (8) la hospitalidad, (9) la lealtad al propio grupo, (10) unas realciones laborales familiares (si se le quiere poner un epíteto derogatorio, "paternalistas"), (11) el predominio de la razón y la exclusión de la fe para solventar problemas ideológicos, (12) la delicadeza feminina, (13) los ideogramas y (14) un soberbio patrimonio cultural.

Esta vez Japón sí aportó cosas al intercambio cultural, pues Occidente aprendió de los ukiyoe, del haiku y del zen. Durante las últimas décadas del XIX y las primeras del XX Japón fue un paradigma de exotismo, buen gusto y sabiduría esotérica.

La postguerra

Tras la derrota de Japón en 1945 el país experimentó otros cambios profundos, siempre por inspiración de Occidente.

Se consumó del todo la liberación legal de la mujer y, lo que es más importante, la total libertad para casarse por amor, por elección propia, no por arreglo de la familia.

A partir de 1964 los japoneses pasaron a ser un pueblo de viajes al extranjero.

La nueva Constitución era pacifista y prohibía recurrir a la guerra para solventar los problemas internacionales.

Poco a poco se consiguió que el 85% de la población fuese de clase media.

Las fuerzas americanas impusieron una reforma agraria, que devolvió la tierra a quienes de verdad la trabajaban.

Se redujo el número de kanjis de uso general.

Apareció un nuevo zaibatsu, esto es, grupos de grandes empresas con otras trabajando para éstas en lo que se llama keiretsu.

Japón invadió (en el buen sentido de la palabra) los mercados mundiales.

La política, con el abrumador poder electoral del partido liberal-demócrata, que prácticamente gana todas las elecciones, goza de una envidiable estabilidad.

Japón se ve libre de las drogas, el paro, la delincuencia, el fanatismo religioso, las listas de espera en los hospitales.

La actualidad

El Japón actual, a partir de 1969, año en que rebasó a Alemania en PIB, para situarse como segunda economía mundial, sí influye poderosamente en el mundo, no sólo por sus productos industriales, sino también por sus ideas y gustos: artes marciales, el manga y los dibujos animados, la literatura, la cocina, el bonsai, el ikebana y el cine...

No olvidemos la ingente cantidad de matrimonios internacionales que se han celebrado desde 1945, ni los varios millones de emigrantes japoneses asentados en Brasil, USA, Perú, México, Argentina, Cuba...

Por todo lo dicho parecería que el intercambio cultural entre Japón y Occidente ha llegado a su límite, a su fin, porque ya no existe por parte japonesa nada que aprender de occidente, ni por parte nuestra nada que aprender de ellos. Esto nos sumerge en el centro del problema.

Quienes conocen a fondo Japón y alguno de los países occidentales - vamos a ceñirnos, para simplificar, a España - , saben que en Japón ha aprendido todo lo bueno que tenemos, ni nosotros todo lo que ellos tienen de valioso. En España padecemos una serie de problemas que Japón tiene resueltos y viceversa, Japón se enfrenta a ciertas deficiencias, que nosotros tenemos resueltas. Cuando alguien en Japón propone ahora que aprendan de España para solucionar este o aquel problema, los patrioteros responden que Japón no es España. Y lo mismo responden nuestros patrioteros cuando proponemos que España aprenda de Japón esto o lo otro. Admirables perogrulladas.

Los españoles conocemos muy bien nuestras lacras actuales: la lucha armada contra ETA, la crispación política, el paro y los contratos basura, el deterioro de la educación, las listas de espera en los hospitales, la droga, la inseguridad ciudadana, el tráfico, la politización de la iglesia y la vivienda.

Y los japoneses conocen también sus deficiencias: el infierno de los exámenes de acceso a la universidad, una educación excesivamente memorística, las facciones dentro de los partidos políticos, el exceso de trabajo, demasiadas normas sociales, el indiferentismo religioso, un excesivo consumo de fármacos, el conformismo ante el estado y las grandes empresas, el mito de su unicidad cultural impenetrable.

Basta leer estas dos listas para llegar a la conclusión de que algunas de nuestras miserias no existen allí y algunas de sus miserias no las padecemos aquí. Lo lógico sería estudiar por qué, y cómo han conseguido los unos solventar problemas que los otros no consiguieron resolver y viceversa.

Este análisis no se ha realizado porque para los japoneses España nunca ha sido un país modélico en cuestiones sociales y culturales. Y en España hemos solido aprender de Europa, no de Japón. Decía Ortega: "España es el problema y Europa la solución". El caso es que tampoco los grandes países avanzados han mirado a Japón en busca de sabiduría. Decía Octavio Paz: "Japón nos ha enseñado a sentir, no a pensar". Este "nos" del gran poeta mexicano no se refiere a México, sino a Occidente. Pero el caso es que Japón no nos ha enseñado ideas porque no nos hemos dignado conocer sus pensamientos.

Los rechazos de Japón

Hay algunos fenómenos culturales de Occidente que Japón no adoptó por decisión consciente y deliberada. Uno de ellos es el cristianismo. Los japoneses sienten una gran estima por la figura histórica de Jesús, pero se negaron a afiliarse a la iglesia, aunque se lo plantearon, debido a una serie de tesis que repugnaban a su sensatez: el infierno, el poder omnímodo del clero, la revelación de Dios a Israel y a unos cuantos judíos del siglo I y no a todos los hombres, la resurrección de la carne, la indisolubilidad del matrimonio, la prohibición de los anticonceptivos, la idea misma de una redención sangrienta. A pesar de no monstar interés alguno por convertirse, los japoneses admiran la labor caritativa y social de los cristianos, sobre todo de las órdenes religiosas dedicadas específicamente a aliviar el dolor del mundo.

En todo orden de cosas, los trabajadores no gozan de un mes de vacaciones pagadas (sólo quince dias y, si es posible, no de un tirón, para no desbarajustar la cadena de producción), ni se les concede permiso de paternidad. En Japón no hay oposiciones, ni la enorme cantidad de subsidios y ayudas que los gobiernos conceden en Europa por cualquier motivo, casi siempre con intenciones electoralistas. Las VPO son escasísimas y las concede el estado a los funcionarios que deben cambiar de residencia rápidamente. La vivienda es tan cara como en España, pero cada uno debe resolver este problema por sí solo, sin depender del abuelito estado. Menciono estas cosas para que veamos que Japón no imita ciegamente cuanto ve en Occidente, sino que antes de adoptar cualquier práctica pondera sus méritos y peligros.

Japón sin paro

Vamos a examinar de cerca el modo como Japón ha solucionado el problema del paro. Ante todo, no me digan que las cifras oficiales dan un 4 o 4'5% de desempleo. Hay que saber quiénes entran en las listas de paro. La inmensa mayoría son esposas cuyo marido trabaja, ganando lo suficiente para mantener la familia, pero como ya los niños son mayorsitos y no necesitan los cuidados de la madre en casa, ellas desean conseguir un empleo fijo, teniendo presente que si desean solamente trabajar por horas, hay innumerables ofertas en el mercado. En las listas del paro no se hallarán muchos jóvenes u hombres maduros. Existe un convenio social no escrito, según el cual las muchachas trabajan hasta el momento de casarse o hasta poco antes de su primer parto, pues a partir de entonces su trabajo está en la familia y en la crianza de los niños. Otro pacto social tácito, no refrendado por ninguna ley específica, sostiene que deben encontrar empleo todos los muchachos recién graduados de la universidad o de los centros de formación profesional, los cuales consiguen desde el principio de su carrera laboral un puesto fijo, percibiendo un sueldo suficiente para poder casarse y vivir modestamente. El grupo empresarial en su conjunto oferta cada año en abril un número de puestos de trabajo equivalente al número de graduandos, de forma que todos puedan trabajar después de haberse preparado durante 18 años. Como todos carecen de experiencia laboral y desconocen los detalles concretos de su tarea, durante los primeros seis meses deben permanecer en sus puestos de trabajo al terminar cada jornada, para recibir orientación y estudiar lo que necesiten. A casi nadie le interesa cambiar de empresa, porque la fidelidad y la veteranía se premian de modo especial. A grandes rasgos, tal es el esquema laboral de la gran mayoría de los japoneses.

Ante esto, muchos españoles arguyen que el arbitrio es machista, privando a la mujer de su derecho a mantener su puesto de trabajo después de casarse. Los japoneses responden que la diferencia de sexos no es una perversidad cultural o política, sino un designio de la madre naturaleza. Desarrollar el feto y amamantar al bebé son operaciones de la mujer, que no podrán atender adecuadamente a otros menesteres mientras sus hijos sean pequeños. Responden también que por encima del derecho de la madre a trabajar está el derecho de los niños a ser criados por su madre biológica. Pero la gran dificultad que encuentran los españoles en la solución japonesa es que en España el sueldo del marido no suele bastar para alimentar a la familia. ¿Cómo se consigue en Japón que las empresas paguen al marido lo suficiente? Los españoles pensaríamos en seguida en que existe una ley perentoria que obliga a las empresas a pagar lo suficiente, pero la tal ley no existe en Japón. Como en tantas otras cosas, se trata de un pacto social. La patronal sabe perfectamente lo que se necesita para vivir y sabe perfectamente que el empleado producirá más si está contento y no en un aprieto constante. El estado, por su parte, concede a las empresas una serie de privilegios, prebendas y beneficios, que dependen de que se mantenga la estabilidad social y la satisfacción general de la ciudadanía.

A diferencia de Occidente, donde todo se arregla con leyes y contratos escritos, en Japón basta con una armonía de pareceres y voluntades.

Japón sin delincuencia

Como resultado de esta situación laboral, no soprenderá que la pequeña delicuencia (digo pequeña para distinguirla de las mafias, de las que hablaré a continuación) sea prácticamente inexistente. Hay una eficiente policía de barrio, todos trabajan y ganan lo suficiente y las leyes castigan con severidad los delitos de robo con reincidencia. Estos tres hechos lo explican todo.

Japón sin drogas

¿Y la mafia japonesa, los famosos yakuza o bôryokudán? Existe, en efecto, y goza de buena salud. Se trata de grupos diversos, llamados kumi, cuyas oficinas no se esconden de la vista pública. En primer lugar, algunas de sus operaciones son legales: vigilancia, seguridad personal, promoción de artistas etc. Pero todos los grupos, o casi todos, se dedican a diversas actividades prohibidas por la ley: el juego (que es donde ganan más), la prostitución y las drogas. Pero aquí es donde se aprecia más el genio japonés para arreglar los problemas, negociando, si es preciso, con el propio Satanás. Por razones históricas, que ahora huelga pormenorizar, los grupos mafiosos japoneses son de extrema derecha, y cuando llega la hora de escoger entre los barones del partido liberal-demócrata al siguiente primer ministro, los grupos mafiosos intervienen de modo más o menos directo para canalizar los donativos políticos de la patronal hacia el candidato más afín. El caso Lockheed demostró que los grandes sobornos de esta empresa americana fueron canalizados a través de la mafia. Pues bien, cuando en los años sesenta la droga hizo su aparición masiva en Occidente, el gobierno japonés debió de celebrar ciertas negociaciones secretas con la cúpula del crimen organizado para que, a cambio de no introducir drogas en el país (que serían una ruina para la población entera), las fuerzas del estado dejasen actuar discretamente a la mafia en cuestiones de juego y prostitución. Y así se hizo. Los yakuza van a ciertos países del sudeste de Asia (Taiwan, Tailandia, Filipinas) para reclutar a muchachas, que entran en Japón con un visado de artistas por seis meses (periodo no renovable inmediatamente). En Occidente se considera indercoroso negociar con delincuentes, aunque a niveles inferiores, o no tan inferiores, exista cierta componenda entre las mafias de la droga y la prostitución y las fuerzas del estado, para no molestar demasiado a quienes, en realidad, satisfacen demandas sociales que o no dañan a nadie, o dañan sólo a los interesados, como en el caso de la droga... La mafia japonesa interviene en el mercado de la droga, pero no para introducirla en Japón, sino para canalizar la droga asiática hacia los países avanzados de Occidente, fundamentalmente los Estados Unidos.

Los contactos personales

El pueblo español, que no visita Japón en grandes números y que de los medios informativos recibe pocas noticias sobre aquel país, carece de medios para conocer la realidad nipona y, por lo tanto, ni soñará siquiera con las soluciones que en Oriente se han dado a algunos de sus problemas.

Pero los japoneses, sobre todo los jóvenes, sí visitan España, cada vez en mayor número, y poco a poco conocen nuestra realidad y la admiran por los valores de que ellos carecen: la libertad social más irrestricta, la cordialidad, la cultura del ocio, el rumbo, el predominio del sentimiento, la música, el humor... Existe un humor japonés, a veces el ingenuo de los manga, a veces el sarcástico y oscuro del cineasta Kurozawa, a veces tierno y melancólico de Kitano "Beat" Takeshi. Existe también el arte antiguo de contar chascarrillos (rakugo), pero aun así, los japoneses aprecian nuestro humor, cuando es traducible y no depende de juegos de palabras.

Y lo que ocurre en España con los jóvenes visitantes del Japón ocurre también en otros países occidentales (Italia, Francia, México, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra...), de forma que de un modo natural, sin programación alguna premeditada, se está realizando una verdadera transformación espiritual de millones de jóvenes. No todo tiene que ser en este mundo política gubernamental. Los turistas europeos cambiaron a España en los años del franquismo, no por sus ideas políticas, sino por su forma de vivir.

El flujo cultural que surge del contacto directo entre los jóvenes no es unidireccional. Los occidentales aprendemos la disciplina, la ética de trabajo, la racionalidad, el espíritu de cohesión y compromiso, la apertura cultural, cortesía y optimismo de la juventud japonesa.

A nivel gubernamental, por su puesto, estos influjos difusos carecen de importancia, como que no existen. Los políticos sólo ven la difusión de la propia cultura que se realiza a través de los centros culturales oficiales, como el Instituto Cervantes, el Goethe, etc, o a través de exposiciones organizadas por los gobiernos, o de traducciones de nuestras letras a otros idiomas. Pero ni los gobiernos ni los medios se interesan por los miles de españoles que viven en medio de culturas distintas, ni por los contactos personales de extranjeros en nuestro país.

Las culturas, bien se ve, se difunden muchas veces a través de sucesos menudos y contactos personales desconocidos. Tal ocurrió también en épocas pasadas. Japón adoptó muchas cosas no por decisión expresa del gobierno japonés, sino por la libre voluntad de sus ciudadanos. Así se abrió en Japón el primer café de la historia. Mori Ôgai fue a Alemania para aprender medicina militar, pero leyó en alemán, y tradujo al japonés, "La vida es un sueño" de Calderón. El progresivo abandono del matrimonio arreglado (miai kekkón) tras la derrota de 1945 no se debió a una nueva ley, sino a la influencia del cine y la vida occidental.

La universidad

Aparte de los contactos personales, existe una institución a escala universal que puede contribuir enormemente a la difusión de las culturas. Es la universidad, pública o privada, que por su naturaleza se dedica a la conservación, el desarrollo y la trasmisión del saber. El descubrimiento de ciertas verdades nuevas choca casi siempre con intereses creados, con el status quo, con los poderes constituídos. Muchas de las innovaciones culturales, en Japón o en España, se han impuesto después de luchar tenazmente con ideas arcaicas, falacias ancestrales y espantadas típicas de la casta. Juan Pablo I confesó que hasta el Vaticano II él había creído devotamente en la bondad de la inquisición. En España se produjo la transición después de que los estamentos dirigentes hubiesen rechazado durante cuarenta años la democracia liberal como un error de Occidente. La universidad no se preocupa de que la verdad sea roja o azul, como a Deng Xiao Ping no le importaba que el gato fuera rojo o blanco, sino que cogiera ratones.

La universidad es el bastión de la verdad, que de ordinario se opone a la propaganda de los políticos, a los mitos populares y a la ignorancia de los profanos. La universidad no entiende de verdades reveladas ni de directrices partidistas. Hablando de Japón, los medios informativos han sido unánime en defender la hipótesis de que la profunda crisis financiera que padece el país desde 1990 se debió a defectos estructurales de su economía. La verdad histórica es que se debió al colapso repentino inesperado del bloque soviético, que provocó una transferencia de recursos del capitalismo mundial hacia los países recién salidos del comunismo, cancelando las inversiones que hasta entonces fluían hacia la bolsa y el suelo de Japón. Esto sí se ha demostrado, no la quimérica hipótesis de que nada menos que las estructuras económicas del país estaban mal diseñadas. Un país de estructuras deficientes no supera el PIB de Alemania en 1969 y 2007 posee un PIB superior al de Alemania, Francia y Gran Bretaña juntos, siendo cuatro veces superior al de China.

Japón figura entre los países con un sistema educativo más eficiente; y España, por diversas razones, entre los de educación más frágil. Los políticos españoles le echan la culpa a los padres, que se inhiben de cooperar, a la desidia de los estudiantes y a la impericia de los educadores; y se proponen arreglar las cosas reformando la ley de educación. Los educadores españoles le echan la culpa al gobierno, que no dedica a la educación los recursos necesarios y apelan para demostrarlo al exorbitante número de interinos. Ninguno atina con la causa más importante del desastre. Mientras en Japón el éxito laboral depende exclusivamente del historial académico de la persona, en España maldita la importancia que se le da. Aquí lo que valen son las oposiciones, muchas de cuyas plazas van para los enchufados del gobierno. Y a nivel de empresa, para los enchufados de la empresa. Y los muchacho, que no son tontos, se preguntan: ¿Para qué estudiar, si luego el mérito académico no se reconoce, ni sirve para abrirse un futuro?

Pero el escándalo más grande de la universidad española está en que en la mayoría de los centros los licenciados en historia no saben quién fue Minamoto no Yoritomo, ni los licenciados en bellas artes saben quién fue Hiroshige, ni los de literatura saben quién fue Hitomaro, ni los de estética saben quién fue Rikyû. Pero en Japón sí conocen al Cid, Velázquez, Cervantes o Antoni Gaudi. Por supuesto en España hay excepciones gloriosas.

Pero más importante que conocer los nombres es conocer la realidad: ver los grabados de Hiroshige, leer los poemas de Hitomaro, conocer directamente el ikebana o la ceremonia del té.

Los medios informativos

¿Cómo es posible que acerca de la segunda economía mundial nuestros medios informativos apenas nos den noticias? ¿Y cómo es que de las pocas que nos dan o la mayoría sea sobre la crisis financiera o sobre desastres naturales? Los medios parecen interesados en crear la impresión de que no es tan grande Japón como parece, que Aquiles tiene su talón vulnerable y que la Venus del espejo de Velázquez tiene una vértebra de más. Si hablan de Nueva York, no se olvidarán de los bloques cochambrosos de Harlem. Si de Manila, hablarán del famoso vertedero Smoky Mountain. Si de París, de las ratas de las alcantarillas. Todo ello halaga mucho a la soberbia de los lectores, que no toleran que se alabe mucho a otros países, como si ello derogara la excelencia del nuestro.

Ningún país es el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Y los países grandes, como la Grecia antigua, como la España del renacimiento, son los que adoptan los valores de los demás sin complejos de ninguna clase y sin perder el tiempo demorándose en estudiar las miserias ajenas.

Recuerdo un largo programa sobre Japón en el que interveníamos Sánchez Dragó como moderador, Luis Carandel, Isidro Palacios, Federico Lanzaco y yo. Al terminar la primera parte, el productor o director del programa nos instó a mencionar algún defecto del país, porque no hacíamos más que alabar sus virtudes. Un contertulio se negó a criticar nada. Yo, por decir algo, mencioné el mito de que los extranjeros son incapaces de entender la cultura japonesa, un infundio muy extendido entre los intelectuales de Japón. Difícil sí, pero no imposible. Pero yo me preguntaba: ¿Qué beneficio reportará a los televidentes conocer los defectos o deficiencias de Japón, cuando hay tanto bueno que conocer para subsanar nuestros propios errores?

Antonio Cabezas
17-2-2008